A veces es necesario romper la norma, salirse del tiesto y volar lejos, muy alto. Donde las gaviotas no alcanzan, donde falta el aire, para luego aterrizar planeando a la altura de los pensamientos terrenales de todas esas personas que te rodean día a día. Esas que te saludan y repiten una y otra vez las mismas acciones, con el piloto automático. Mentes en un círculo vicioso y tóxico que ahoga nuestras vidas hasta apagar esa chispa de felicidad espontánea que teníamos cuando éramos adolescentes y queríamos comernos el mundo.
Madura, decían. Ya es hora de que pongas los pies en el suelo y seas un adulto. Ahora que empiezo a saber lo que es eso, perdónenme. No me gusta este remolino que se traga los días, los meses y los años. La rutina consume el tiempo más rápido, paradójicamente opuesta a todas las cosas que no nos gusta hacer y pasan lentamente. No me gusta tener que hacer esto que hago ahora, escribir porque las telarañas casi habían decidido amueblar mi estantería mental. Hoy voy a coger ese libro que sobresalía y voy a darle una oportunidad.
Porque lo mejor de nosotros mismos y toda nuestra creatividad y espontaneidad siempre estará oculta dentro nuestro, esperando ser despertada.
Pinceladas de mi niñez |