domingo, 6 de febrero de 2011

El tiempo...

Dicen que se trata de algo inmaterial, algo intangible que nadie sabe si existe realmente... Es el culpable del paso de los días, y le tengo bastante manía por ello; atrás quedó esa ansia pueril de hacerse mayor cuanto antes... Ahora me ocurre lo contrario: observo el devenir de las horas en mi gastado Casio, esos numerillos que sigilosamente siguen su hipnótico ciclo escondidos detrás del rayado cuarzo... Y pienso el por qué de tan injusta y peligrosa regla temporal... Yo no quise crecer, y una vez lo hice, todo empezó a correr y no hay quien pare este carro. Por favor, que alguien me dé el freno de mano de mi vida, quiero detener esto. Quiero poner una pauta, quiero sugerirle a los segundos que se apiaden de mí cuando menos puedo disfrutarlos, que me guarden un pequeño rincón en esa obra que cada día formamos con pequeños cachitos de alegría, pues me gustaría interiorizarla y hacer así más llevadero este suplicio.

Duele entender esas lecciones de literatura, que en su tiempo podían resultar pesadas... Pero enseñan muchos valores, y entre otras cosas... El ansia de muchos virtuosos, por hacer cosas, sus temores, su debilidad...
A  mí en concreto me llamó la atención Miguel de Unamuno, y os parecerá gracioso. Ese viejo loco, ¿verdad? Pues no sé si empiezo a tener un problema, pero con 19 años ya pienso la mejor forma de no hacerme viejo, de vivir más allá de la muerte. Para él había distintas formas de hacerlo. Una era a través de los hijos, y llámenme egoísta, pero quisiera poder vivir siempre para poder enseñar a toda mi descendencia, ¿os imagináis una familia inmortal? Sin penas, en comunión, doy por hecho que sin ningún tipo de problemas. Claro que igual no cabríamos en este planeta, pero es un concepto que estimula mi memoria: sería bonito no perder a los seres queridos.
La otra manera de hacerlo, era mediante la escritura: el hecho de que alguien te leyera mantenia viva tu esencia en la mente de las personas... Interesante, y podría ser alentador... Pero yo no quiero eso, no.

Nadie quiere dejar de disfrutar cada amanecer, cada puesta de sol, cada amistad, cada chispa de conocimiento, cada caricia del viento, cada abrazo de un ser querido. ¿Por qué se fueron tantos? ¿Por qué nos dejaron aquí sin consuelo alguno? Buenas personas que un día te das cuenta de cuánto hicieron por tí y sólo puedes agradecérselo con el recuerdo y el deseo de revivir tantos buenos momentos... Sólo algunos de los que lean esto sabrán a quien me refiero, pocos. Y es que la vida nos dice que no todo está perdido, todavía quedan personas por las que vale la pena hacer realidad tus sueños. Personas que sonreirán y se llenarán de tu sonrisa del deber bien hecho. ¿Por qué se deben ir algún día? Igual que me iré yo, total, otra mísera alma mortal. Es triste.

Cabrea muchísimo que el miedo a hacer las cosas, la cobardía, a veces pueda a ese sentimiento tan puro, como es el hacer algo con la certeza de que si lo haces bien, vas a hacer feliz a una persona que te quiere. Cómo veis, me he desviado un poco del tema, pero es tal el cúmulo de pensamientos que atormentan mi mente, que esto no deja de ser una lluvia de ideas, de esas que si dejas fluir forman un hilo que más tarde puedes recoger y guardar enrollado en un cajón de tu mesilla.

Pero volviendo al tema principal... Díganme, ¿cual es el causante de nuestro deterioro físico? No somos máquinas... Pero ahora la verdad es que casi existen piezas de recambio para cualquier achaque. Alguno dirá el efecto del aire, y es cierto. Igual que el comer. Aunque nadie lo sepa, desata los radicales libres, que poco a poco deterioran nuestro cuerpo y lo hacen envejecer. Pero sería una paradoja evitar comer porque moriríamos igual. ¿Evitar hacer deporte?, quizás; ¿Evitar respirar?, eso ya lo veo más difícil...
Siempre acabo desistiendo en el aspecto físico... Sólo me queda el más abstracto, mi mente. ¿Realmente podemos no hacernos viejos mentalmente? Cambian las costumbres, cambian las compañías, las ganas de hacer las cosas, el ansía por pasarlo bien disminuye... Quizá si nos enchufáramos un pendrive y hicieramos un backup de nuestra mente veinteañera, con ganas de comerse el mundo, seríamos siempre felices y caeríamos menos en reflexionar (como estoy haciendo yo: soy la excepción) sobre temas existenciales.

Y de qué me sirve estudiar informática, cuando en el momento de la verdad no es más que unas líneas escritas en una caché temporal... ¡Quisiera hacer un bucle del estilo "for(edad=5;edad<20;edad++){if(edad=20){edad=5;}}"!, que lo que haría sería vivir mi infancia y adolescencia de forma infinita...
Llegados a este punto empiezo a valorar si vale la pena la experiencia, o es mejor ser sorprendido cada día por cosas que no hemos aprendido nunca. ¿En qué radica tener un día de esos que parece que hayas vivido mil y una historias, simplemente por qué has sido testigo de hechos divertidos o interesantes, o acompañado de alguien especial? Cuál es el ingrediente que le falta al día a día para ser así. Que me lo digan.

Me queda el consuelo de que alguien leerá algún día estas palabras y me hará a su manera, inmortal al recordarme. Allá donde quiera que esté, me levantaré tímidamente para recrear en su mente esos momentos vividos juntos, pondré su canción favorita mientras paseamos de nuevo en esa perdida playa vestida de blanco y negro en un sueño frustrado, cuyo recuerdo engullen las olas sin remedio...

¿Qué me queda?



Quién pudiera volver a ser niño para disfrutar inocentemente de un payaso simpático.

1 comentario:

  1. Estoy totalmente de acuerdo en lo que dices ahí, ¿qué nos queda cuando nos quitan todo lo que algún día mereció la pena? ¿Qué te queda al haber sacado estos pensamientos de tu cabeza? Pocas cosas pueden quedar, debido al paso del tiempo, recordar nos hace felices por un instante. Pero porque no hacer que esos instantes felices perduren para siempre en nuestra cabeza...

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